Cada primero de julio, la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas de la Universidad de Chile celebra su aniversario, una jornada solemne que destaca los avances y logros de una institución vinculada al quehacer científico desde su creación en 1945. Sin embargo, esta fecha también fue el preámbulo de uno de los hechos más trágicos y destructivos que ha vivido: el incendio del edificio Luis Ceruti, ubicado en Olivos 1007, Independencia.
Comenzó como un humo blanco a las 10:00 horas el 2 de julio de 1992, recuerda Cecilia Pinchetti, asistente del actual decano de esta unidad académica y, en ese entonces, secretaria del director del Departamento de Química Farmacológica y Toxicológica. “Me dijeron que estaban limpiando los ductos del aire acondicionado ¿y qué hicimos? Cerramos las puertas de nuestras oficinas y seguimos trabajando”. Sin embargo, desconocían que su origen provenía de la bodega de reactivos, ubicada en el subsuelo del edificio, que se encontraba bajo el efecto de las llamas.
Al interior del edificio había cerca de 200 personas, incluyendo funcionarios, académicos y estudiantes. Entre ellas estaba Soledad Bollo, actual vicedecana de la Facultad y, en ese entonces, estudiante del Doctorado en Química. Tan solo el día anterior había tenido su ceremonia de entrega de título de Química Farmacéutica.
“Ya no se respiraba muy bien en el pasillo y, por lo tanto, decidí salir del laboratorio. Yo pasé a buscar a Don Luis Núñez Vergara –que posteriormente fue decano de la Facultad– porque él trabajaba en una oficina muy pequeñita y le fui a decir que yo iba a bajar porque había humo en el pasillo (…) Él dejó sus cosas, el computador prendido, su maletín y se puso la chaqueta porque era julio, hacía mucho frío, y así salimos del edificio”, rememora Bollo.
Si bien algunos salieron inmediatamente del edificio, otros se mantuvieron en sus oficinas y laboratorios ante lo que aparentaba ser solo humo en los pasillos. Para ese momento había llegado bomberos, quienes al ver la gravedad de la situación llamaron a la evacuación inmediata de todo el edificio usando los parlantes instalados en los teléfonos de las secretarias.
“En mi caso salimos tal cual, sin cartera, sin nada. Dejamos todo apresurados. Bajamos por el lado del ascensor sin tener idea que el incendio estaba con tiraje desde ahí. Llegamos abajo y toda la gente estaba corriendo, no veíamos llamas, solo humo”, relata Pinchetti, quien fue ayudada a bajar desde el tercer piso por encontrarse con tacos.
A medida que pasaban los minutos las llamas eran cada vez más visibles y era un humo negro el que llegaba a distintas partes de la capital. Varios transeúntes y medios de comunicación veían con incredulidad como del edificio salían llamas de colores, producto del contacto con distintos reactivos. Ante las constantes explosiones de productos como tambores de tolueno y nitroglicerina, bomberos tuvo que ampliar el cordón de contención. El Hospital Clínico de la Universidad de Chile –a solo una cuadra del edificio en llamas– comenzó a evacuar pacientes temiendo lo peor.
Fidel Albornoz Farías, técnico de laboratorio y, en ese momento, encargado del laboratorio del doctor Mario Sapag, tuvo que retirar vehículos de la vía que estaban impidiendo la llegada de las doce compañías de bomberos que habían llegado a combatir las llamas. “Algunos académicos dejaron las llaves de sus autos en los laboratorios, entonces el estacionamiento dificultaba el ingreso de los carros bomba. Tuvimos que con bomberos levantar los autos y moverlos para que ingresaran”, recuerda Albornoz.
Pérdida total y la tarea de reconstrucción
Las llamas se extendieron por más de diez horas y recién cerca de las diez de la noche bomberos pudo contener el fuego. Al evaluar los daños al día siguiente, se comprobó que los cimientos del edificio quedaron íntegros, pero el interior quedó completamente destruido. El rector de la época, Jaime Lavados, visiblemente consternado, calificó este hecho como una catástrofe para la Universidad. “Aquí el daño es peor que la explosión que inutilizó en marzo de 1991 una parte del INTA. Ahora es todo un edificio donde funcionaban los equipos más modernos del país para la docencia y la investigación química”, señalaba al medio Las Últimas Noticias la máxima autoridad de la Casa de Bello.
El ambiente de una facultad que días antes celebraba con júbilo su aniversario número 47, ahora veía con desolación su situación actual. Aquí las pérdidas no solo se medían en millones de dólares, sino también en años de investigación científica. En un tiempo donde no existían los respaldos digitales, el incendio convirtió trabajos de una vida en cenizas. “Fue impresionante ver a los académicos post incendio deambular por el campus como almas en pena porque no tenían respaldo de sus investigaciones. Alumnos que estaban a punto de titularse no tenían su respaldo ¿Qué iba a pasar con sus tesis de grado o trabajos de años? Lloraban, los vi llorar, los vi desesperarse. No había nada que hacer, teníamos que reconstruir”, señala Pinchetti, quien participó de la comisión TECHO encargada de la reconstrucción administrativa.
Soledad Bollo recuerda que una de las primeras dificultades fueron las evaluaciones. Como era final de semestre y las evaluaciones estaban calcinadas, muchos estudiantes y académicos tuvieron un enorme desafío para cerrar los ramos. “Las actas eran manuales y las notas estaban guardadas en la oficina de los profesores. Todo se volvió a foja cero. Hubo estudiantes que con una prueba se jugaban el 100% de la asignatura para aprobar o reprobar”, recuerda la ahora vicedecana.
Una figura que destacó en esta tarea de reconstrucción fue la del decano Hugo Zunino, quien tuvo la ardua tarea de mantener a flote una facultad sin su edificio principal, sin laboratorios y expuesta a una eventual desaparición si no se hacía algo a tiempo. Así lo señala Arturo Squella, ex decano de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas en el periodo 2014-2022. “Imagínese que se le mató la Facultad, era un drama. Toda la gente pensaba que podía haber desaparecido la Facultad. Una autoridad pudo haber dicho que pasábamos a formar parte de otra facultad y hubiera sido una crisis muy grande. A él (Zunino) le afloró el líder que llevaba adentro y transformó esta catástrofe en el mejor proyecto que pudo haber tenido esta Facultad”.
La unión universitaria
El 19 de abril de 1995 se logró reinaugurar el edificio Luis Ceruti de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas. La obra tuvo un costo de $18 millones de dólares y permitió la reinstalación de los laboratorios con instrumental científico de vanguardia. Esto fue posible gracias a un crédito por parte del banco estatal alemán KFW y gestiones por parte de la Embajada de Alemania en Chile.
Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible de no ser por la ayuda de las otras unidades académicas que componen la Universidad de Chile. Facultades como Medicina, Odontología, Ciencias Físicas y Matemática, entre otras, facilitaron laboratorios, salas de clases y oficinas a Ciencias Químicas y Farmacéuticas mientras duraba la reconstrucción. “Yo creo que eso demuestra el espíritu de la Universidad de Chile. Ese es el espíritu de la Universidad de Chile, la unión que tiene el estudiante, el académico y el funcionario en toda la labor que se desarrolla”, señala Albornoz.
Esta ayuda incluso provino de otras instituciones, como recuerda el profesor Squella, quien recibió donaciones de equipo por parte de una investigadora de la Universidad de Santiago. “Ella espontáneamente también se acercó a ofrecernos equipo, donarnos electrodos sin ningún interés. Todavía recordamos ese gesto que tuvo esa investigadora de otra universidad. No solo éramos como hermanos desde la medicina, sino que éramos hermanos de universidad, pero de otras universidades”, valora Squella.
Si deseas saber más detalles y la historia completa del incendio, te invitamos a escuchar el capítulo 145 de Universidad de Chile Podcast, disponible en Spotify, Tantaku, Apple Music y Youtube.